sábado, 8 de abril de 2017

Sábana Rota (Personas que surgieron del teclado. 18)

Sábana Rota supo que era una fantasmita cuando se apuntó al equipo de fútbol del colegio.
-Vos jugarás en la portería -le dijeron.
Pero no logró hacer ninguna parada: todos los balones la atravesaban y acababan en gol para el equipo rival. No le fue mejor cuando le asignaron otras posiciones, pues no había manera de darle una patada a la pelota. 
Sábana Rota jamás hubiera pensado que fuera tan difícil jugar al fútbol y lo achacaba a que tenía algunos rotos en su ropa, por eso pidió en casa que le compraran una sábana nueva.
-No está la cosa para sábanas nuevas -le contestó mamá contando las monedas que guardaba en una lata vieja que aún conservaba el aroma a carne de membrillo.
-¿La sábana de los domingos para jugar al fútbol? -le preguntó papá horrorizado cuando ella lo insinuó.
-¿La sábana de la abuela para jugar al fútbol? -preguntó Sábana Rota horrorizada cuando se lo propusieron, pensando en el ridículo que haría con tantas florecitas rosas.
Finalmente le revelaron ese secreto que le habían ocultado: que no era una niña como las demás, sino una fantasmita y que la adoptaron de pequeña cuando sus padres murieron en la lavadora.
-¡¡¿¿Una fantasmita??!! ¡Qué bien! -dijo.
Y desde entonces se pasa el día asustando. Eso sí que es divertido, no intentar darle patadas al balón .

Si conoces alguna cosita más acerca de Sábana Rota, ella estará contenta de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.



sábado, 22 de octubre de 2016

Ballenato Panduro (Personas que surgieron del teclado. 17)

A los 98 años Ballenato Panduro heredó un ordenador de Paco, su compañero de habitación en la residencia durante más de treinta años. De tanto observar a Paco, Ballenato había aprendido a encenderlo, a acceder al procesador de texto, a teclear palabras que nunca entendió, porque Ballenato no sabía leer ni escribir, y a guardar el texto. 
Pero Paco, que era aficionado a escribir poesías, nunca permitió a Ballenato usar su ordenador:
-Déjame hacer hormiguitas y gusanitos -le había solicitado Ballenato en infinidad ocasiones.
-¡Si tú no sabes leer ni escribir! -contestaba Paco malhumorado porque Ballenato le interrumpía y no le permitía concentrarse en sus versos-. Y no son bichos, son palabras.
Cuando se llevaron a Paco, Ballenato encendió el ordenador, accedió al procesador y se encontró con aquella página blanca en la pantalla, que fue llenando de gusanitos y hormiguitas. Las hormiguitas eran las palabras cortas, formadas por una, dos, tres o cuatro letras. Los gusanitos eran las palabras largas, formadas por más de cuatro letras. Y mientras iba tecleando, iba diciendo 'gusanito, gusanito, hormiguita, hormiguita, gusanito, hormiguita, hormiguita, gusanito...'
Por Navidades le visitó Estrellita, la única nieta que se acordaba de que tenía abuelo:
-¿Qué haces abuelito? -le preguntó al verlo teclear, sorprendida porque el abuelo no sabía leer ni escribir.
-Gusanitos y hormiguitas.
-¿Me dejas verlos?
Ballenato accedió, orgulloso de que la nieta se interesara por lo que él hacía.
-¡Qué bonito! -dijo Estrellita al leer las primeras páginas.
-¿Las hormiguitas o los gusanitos?
-Todo. ¿Me dejarás que lo siga leyendo?
-Por supuesto, podrás ver los gusanitos y hormiguitas siempre que quieras.
Y mientras Ballenato hacía hormiguitas y gusanitos, la nieta acudía todos los días a leer aquella novela que tan intrigada la tenía.
Un día Ballenato entendió que en aquel texto ya había puesto suficientes gusanitos y hormiguitas y que en adelante los pondría en otro archivo. Estrellita le pidió al abuelo permiso para llevarlo a un editor, quien lo publicó. Fue un éxito de ventas, le dieron varios premios a Ballenato, que no esperaba que sus hormiguitas y gusanitos tuvieran tanto éxito y hasta le ofrecieron un dineral por la segunda parte de su novela.
-¿Todo ese dinero por mis hormiguitas y gusanitos? -preguntó Ballenato, que desconocía el argumento de su libro y ni siquiera sabía el título.
Un día le hicieron una entrevista para la tele:
-¿Por qué no ha escrito anteriormente? -le preguntaron.
-¿Quiere decir que por qué anteriormente no he hecho hormiguitas y gusanitos? -dijo Ballenato,convencido de que lo que le gustaba a la gente eran sus bichitos.
-Eso quiero decir -respondió el entrevistador, riendo lo que creía que era una broma de Ballenato.
-Porque no tenía ordenador.
Ahora los seis hijos y quince nietos de Ballenato discuten y casi llegan a las manos: todos quieren sacarlo de la residencia y llevarlo a vivir con ellos, temerosos de que otros se apropien de la novela del abuelo. Y eso preocupa a Ballenato porque, donde es feliz, es en la residencia, con sus hormiguitas y gusanitos.

Si conoces alguna cosita más acerca de Ballenato Panduro, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Desatoros Urgentes (Personas que surgieron del teclado. 16)

Desatoros Urgentes asumió ese nombre cuando olvidó el anterior. Tomó ese de una hoja de publicidad que dejaron en el buzón y, hasta que lo olvide y tenga la necesidad de uno nuevo, así se llamará.
Desatoros Urgentes tiene tanta facilidad para olvidar como para memorizar. Aprendió polaco cuando, estando de vacaciones en Cracovia, olvidó el castellano. Inmediatamente empezó a expresarse en su nueva lengua como si fuera nativo de Polonia y lo hubiera hablado toda la vida.
De la misma manera que olvida y pierde cosas, encuentra otras. En un viaje en tren entró calzando unos mocasines y salió con unas botas. No se habría dado cuenta si su acompañante (cuyo nombre ha olvidado) no se lo hubiera advertido. Tampoco pudo explicarse cómo había llegado a su bolsillo aquella ropa interior femenina.
Jamás ha recordado una cita, pero no por ello ha llegado tarde o no ha acudido, pues ya se encargan las señoritas (y señoras) de que él no falte. No sabe bien dónde vive, pero nunca se ha sentido perdido, pues siempre encuentra algún (des)conocido que le acompaña hasta su vivienda. Quizás por eso, despierta cada mañana acompañado por una mujer (no sabe si es siempre la misma) a la que le pregunta:
-¿Quién sos vos?
-Y eso qué importa.
De niño (quizás con otro nombre, que ahora no recuerda), siempre sonriente y con esa gorra roja con visera negra, ya lo perdía (o lo cambiaba) todo. Jugó con el balón que le trajeron los Reyes hasta que un día regresó a casa con una bicicleta, que con el tiempo se convertiría en unos patines, que luego se transformarían en unas canicas, que posteriormente serían un Monopoly y más tarde...
Parece ser que sus padres también eran un tanto olvidadizos, pues estaban convencidos de que tenían una hija y no aquel jovencito que se presentaba en casa a la hora de comer y al que siempre le preguntaban su nombre, para él contestar que no se acordaba. De hecho, Desatoros Urgentes tiene la impresión (que no el recuerdo) de que, de niño, había vivido, al menos, con diez familias distintas y que, con todas, fue feliz.
Ahora, con ese bigotito y cara de despistado, se pregunta por qué sus padres le pusieron ese nombre.Y cómo ha llegado esa flor verde a la solapa.

Si conoces alguna cosita más acerca de Desatoros Urgentes, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Veinte años no es nada.

Veinte años no es nada.


No logra concentrarse en su trabajo: no puede dejar de preguntarse por qué hace más de tres meses que no coinciden en el metro, por qué tanto tiempo sin encontrarse.
Recuerda la primera vez que lo hicieron, fue hace veinte años. 
Se veían habitualmente en el suburbano, un día o dos a la semana, y donde se ignoraron hasta aquella mañana en que un frenazo hizo que sus cuerpos se encontraran. Se miraron a los ojos una décima de segundo, no dijeron nada, pero comprendieron que querían amarse en ese momento. 
Guardando las distancias y las apariencias se dirigieron a los aseos de la estación, poco frecuentados a esas horas tan tempranas. No dijeron nada antes de amarse ni se dijeron nada mientras se amaban de manera incómoda. Incluso esquivaron sus miradas, quizás para no reprocharse que engañaban a otra persona. 
Al concluir, sin mirarse, sin despedirse, sin pronunciar palabra alguna, continuaron su camino, retocándose la ropa y el pelo mientras escapaban. 
Aquel primer día, en su huida, miraban hacia atrás esporádicamente, con el mutuo temor de que la persona con la que se habían amado de manera urgente siguiera sus pasos. Tenían sus familias, sus trabajos, y temían que aquello pudiera alterar sus vidas. Nadie siguió a nadie. 
Tardarían una semana en reencontrarse. Sus miradas se enlazaron apenas otra décima de segundo, tiempo suficiente para saber lo que vendría a continuación, una vez el suburbano se detuviera en la estación de destino. 
Se encaminaron a los aseos, guardando las distancias y las apariencias. Se amaron de manera apresurada, no se dijeron nada, no se miraron a los ojos, no se despidieron al concluir. Cada cual, mientras huía, retocaba su indumentaria y su pelo, y se encaminaba hacia su lugar de trabajo. Esta vez, en su huida, no miraron atrás, confiaron plenamente en la otra persona.
Durante veinte años se ha prolongado esa relación nunca pactada ni prefijada, dejada al azar y al destino, a veces interrumpida por unas vacaciones veraniegas o navideñas que nunca se comunicaron pero que siempre sobreentendieron, a veces frustrada al encontrar a alguien en el aseo, entonces continuaban su camino, postergando el encuentro para una mejor ocasión. O aquella vez que unas interminables obras en la estación obligó a suspender transitoriamente la relación.
Veinte años después, tras amarse más de mil veces de manera clandestina, delictiva, en los aseos del metro, sin haberse hablado nunca, ambas personas lo ignoran todo acerca de su pareja. Desconocen cuál es su profesión, qué miembros componen sus respectivas familias. No saben cuáles son sus gustos, ni su edad, ni a qué dedican el resto de su tiempo, cuando no están amándose.
No puede concentrarse en su trabajo. Hace más de tres meses que no coinciden y se pregunta por qué ya no se encuentra con esa persona a la que ha amado tantas veces y de la que no sabe nada. Porque tampoco sabe su nombre. Incluso duda del color de sus ojos. Y lamenta, en este momento, no haber besado jamás su boca.
Pero, sobre todo, desconoce su tono de voz, porque nunca cruzaron una palabra.

sábado, 27 de agosto de 2016

El elegido

El elegido.

En la cola del banco rememoraba el sueño que había tenido la noche anterior, al tiempo que contaba, uno a uno, los escasos segundos que le restaban de vida. Lo conocía todo antes de que los acontecimientos se produjeran, por eso sabía que estaba viviendo sus últimos instantes.
En breve aparecería el atracador, se produciría un intercambio de disparos y una bala acabaría con su vida. Ese había sido el sueño de la noche anterior.
Lo descubrió siendo niño. Entonces no le resultaba extraño que todo se reiterara, pero le costaba discernir entre una vida y la otra. Cuál de ellas era la real y cuál la soñada. O si las dos eran reales. O si las dos eran soñadas. 
Luego, el transcurso del tiempo le reveló que no era común entre los humanos conocer, nada más amanecer, lo que habría de ocurrir ese día, pues el sueño se lo había revelado. No eran premoniciones ni previdencias, era reiterar lo vivido. 
Quizás debió poner al servicio de la humanidad o usar en su propio beneficio esa facultad sobrenatural de conocer el futuro, pero jamás lo hizo.
Era un error. Él no podía ser un elegido, pues no estaba preparado para ese cometido. Él había nacido para pasar desapercibido. Su carácter le impedía levantar la mano, alzar la voz, llamar la atención.
Quizás por eso quiso morir, porque lo mismo otra persona heredaba ese don y le daba una mejor utilidad.
Así que no pretendió eludirla el día que la muerte vino a visitarle, de la misma manera que la noche anterior, en su sueño, ya había muerto.
Ahora, en la cola del banco, ya no le quedaba sino contar, uno a uno, los escasos segundos que aún debían de transcurrir.

lunes, 8 de agosto de 2016

La partida de ajedrez (3)

La partida de ajedrez (3)


El rey negro se encontraba acorralado. La partida había sido cruel. Recién iniciada la confrontación un error táctico le supuso la pérdida del peón de rey. La reina negra, bella sin par, tuvo que sacrificarse para salvar al monarca. Mi fiel peón entregó su vida a cambio de la reina de ébano.
En ese momento ambos comprendimos que la victoria se decantaría de mi lado, salvo que yo cometiera algún grave error, o el rey negro, en un alarde de estrategia, dispusiera sus fichas de modo que le permitiera la defensa de sus posiciones sin perder muchos efectivos.
Sus ojos, al cruzarse con los míos, delataron su miedo, pues con toda seguridad, ello iba a suponer la derrota de los súbditos que ciegamente habían confiado en él.
El rey negro reunió a sus fieles: se rendiría y me solicitaría que fuera clemente con los peones, tan aguerridos, con los caballos, las torres, los alfiles. Pero sus vasallos no quisieron deponer las armas: antes la muerte que la deshonra.
La batalla resultó cruenta. La peor parte se la llevó el ejército de negras que fue perdiendo todos sus efectivos y, con ello, el terreno. Se fue replegando, dejando abandonado a algunos peones aislados que fueron apresados por mi ejército. Sus oficiales y nobles también perecieron. Algunos se llevaron antes de morir alguna de mis piezas.
"Ya no puedo claudicar. La reina muerta me obliga a luchar hasta el final. Los caballeros me instaron a que defendiéramos nuestro honor y ahora el recuerdo de los que han perdido la vida y el respeto que les debo me exigen continuar con esta inútil masacre.
Pero ¿y los que aún viven? ¿por qué he de sacrificarlos también a ellos? Sus mujeres y sus hijos esperan el regreso del guerrero. ¿Es que el honor y el ansia de justicia (o venganza) se deben imponer a la lógica que me ordena rendirme? Si los dioses se han decantado por las blancas, ¿qué puedo hacer yo?
Mis fieles desean seguir luchando y yo no puedo oponerme. Ya todo ha concluido. Moriremos como héroes, seguramente la más estúpida de las muertes".
Enfrente, el rey de  blancas meditaba:
"No piense nadie que me alegro de que la batalla esté tan decidida. Me complace enormemente que mis piezas apenas hayan tenido bajas. Pero me causa gran pesar ver cómo esos valientes entregan sus vidas sin posibilidad alguna de vencer. Y ese rey de negras que no se rinde. Podría evitar una matanza.
Y yo no puedo solicitar a mis leales que se retiren ahora que la suerte y los dioses nos han favorecido".

domingo, 24 de julio de 2016

Antropomorfo Básico (Personas que surgieron del teclado. 15)

Antropomorfo Básico era un adelantado a su tiempo, así que, para compensar, estudió lenguas antiguas. Ni aun así consiguió que alguien le entendiera.
Buscando comprensión, escribió un libro sobre el gin tónic, que era de lo que único que sabía. Se disfrazó de barman y esperó vender libros mientras regalaba cócteles. El olor del licor atrajo a Eulogia, abuela desmemoriada que, entre un gin tónic y el siguiente, le relataba sus recuerdos y sus imaginaciones, sin saber con certeza qué era verídico y qué inventado por su ingenio, con la única intención de que no le faltara el milagroso brebaje que le retornaba a unos tiempos que creyó perdidos y sólo estaban olvidados. Eulogia no le compró ningún libro, pero entre ambos acabaron con toda la ginebra.
Entonces Antropomorfo Básico escribió sobre la magia, pues era un arte, una habilidad, o una ciencia que también y tan bien desconocía. Se disfrazó de mimo, se apostó en mitad de una calle poco transitada y a todo el que pasaba lo asaltaba: "o me compras el libro, o te suelto un hechizo". Pocos se resistían ante aquel acoso y, algunos, asustados, le entregaban hasta la cartera. Así conoció a Adán, un artista de la pantomima, ignorado por Eva. Adán tampoco le compró ningún libro, pero, al menos, se incomprendieron mutuamente.

Si conoces alguna cosita más acerca de Antropomorfo Básico, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.