miércoles, 13 de abril de 2016

Çiñoagüé

Çiñoagüé

No puedo recordar qué palabra es, sólo cuando duermo la conozco. El sueño me la ha revelado, pero al despertar no logro traer a mi memoria esa combinación de letras, que me permite ser uno de los más poderosos seres.
Existe una palabra a la que únicamente tenemos acceso los cuatro seres elegidos, pues no es ninguna palabra de las que conforman algunas de las lenguas que se hablan en ninguno de los Universos, ni los presentes ni los pasados ni los futuros. Ni los paralelos, ni los situados en otras dimensiones.
Esta combinación de letras no permite hacer pruebas. En el momento en que alguien lo intenta, automáticamente se transforma en otra palabra. El número de signos, letras y caracteres cambia continuamente, por eso, cada vez que deseo recordarla, surge una nueva.   
No es fácil dar con ella si no se conoce. Prácticamente imposible. Pero de alguna manera se debe acceder al Poder, a la Verdad y a la Sabiduría. Y ese acceso hay que limitarlo a los que no estén autorizados. 
Pocos seres conocen que hay una palabra que permite saberlo todo y poderlo todo y quienes saben de su existencia, pero ignoran cuál es, están dispuestos a cualquier cosa para conseguirla.
La providencia mueve el mundo y así fue como la descubrí yo. El sueño me la reveló. Ello me permitió alcanzar el conocimiento pleno y absoluto de todo. La Verdad. La Sabiduría. El Entendimiento.
Pero únicamente la conozco cuando duermo. Desde entonces, en mi repetido sueño, soy un eterno, todopoderoso, ubicuo y omnisciente dios.
Sin embargo, la sutil barrera, infinita e invisible, que separa la vigilia del sueño, me impide recordar la palabra una vez que despierto y, entonces, pierdo mi naturaleza divina. Por eso, ahora soy uno más de los infinitos habitantes que pueblan el universo. Un pobre e ignorante humano, a quien la naturaleza le hizo padecer de insomnios y desvelos.
En cambio, esas veces escasas que duermo, en sueños soy uno de los cuatro seres que lo sabe todo, que lo puede todo. Los otros tres son:
·Un viejo sabio que habita en una constelación de estrellas situada en cualquier lugar del pluridimensional Universo. Me está prohibido dar más datos sobre él.
·Un hada buena que vive en otro tiempo distinto al nuestro. Bien pasado, bien futuro, bien paralelo. No puedo decir más.
·Dios. No estoy autorizado a añadir nada más acerca de Él.
Esa palabra permite el acceso a la Sabiduría. A la Verdad absoluta. 
Esa palabra da lugar a la apertura del arcón donde habita la Verdad, el Conocimiento, el Bien. Pero, cuidado, también el Mal. Por eso no debe caer en manos malignas, pues sería una nueva caja de Pandora.
Yo soy un pobre mortal. Las dolencias físicas de la edad, las enfermedades, la demencia, van conduciéndome hacia mi final. Y una terrible duda me corroe: ignoro si tras mi cercana muerte seguiré siendo el dios de mis sueños o ese ser tan poderoso se extinguirá juntamente con este insignificante humano. ¿Dependerá su existencia de mí y de la mía?
Quizás es que ese dios necesita de mi muerte para ser libre. Porque, a veces, he tenido la sensación de que yo soy su sueño. Y estamos, a través de él, vinculados el uno con el otro. 
O puede que su pesadilla. Pues ese dios sueña, una y otra vez, que es un envejecido hombre cuya muerte está cercana. Y a pesar de su sabiduría, ignora por qué se repite ese mismo sueño y por qué no puede evitar que yo sea el protagonista de su quimera.
         Ahora intentaré dormir para recuperar mi divinidad. Quizás al despertar se me permita recordar la palabra clave que todo lo puede. Quizás todo sea un sueño. Quizás no vuelva a despertar.

* * * * *

         En un indeterminado lugar de este Universo, o de otro, habita un dios que (casi) todo lo puede. Es uno de los cuatro seres elegidos que conoce la palabra que da acceso a la sabiduría, al conocimiento completo, al poder absoluto, al Bien y al Mal.
         Pero ese dios, cuando duerme sufre alucinaciones. Delira. Sueña que es un diminuto ser, un humano que habita en un pequeño planeta perdido en el infinito. Y ese hombre con el que desvaría, es de edad muy avanzada y desconoce la palabra mágica.
         Y por más que la grita y la repite, el hombrecillo no logra recordarla una vez que despierta, a pesar de que ese dios todo lo puede (eso dicen sus fieles):
         "Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé…"
         Teme que la muerte de ese hombre signifique su propio final:
"Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé…"
Grita el dios con angustia, sabedor de que esta clave pronto cambiará y al hombrecillo le queda poco tiempo...

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