El último hombre.
A veces para apreciar la vida es necesario que previamente hayamos muerto.
A veces para apreciar la vida es necesario que previamente hayamos muerto.
La historia que se relata es
absolutamente verídica. Ya ha ocurrido. Aunque no sabría precisar si fue en el
pasado, o en el futuro.
Ya se ha producido porque está
prevista en ese lugar donde todos los acontecimientos, todos los hechos, todas
las circunstancias (quizás las únicas que queden excluidas sean las
casualidades), están escritos. Ya ha sucedido porque, con distintos personajes
se ha ido reiterando una vez y otra desde que existe la humanidad.
Eran dos hombres. Podrían
haber pasado desapercibidos, pues no concurría en ninguno de ellos
particularidades, rasgos o características que les hicieran diferentes al resto
de los hombres, salvo que eran los dos únicos humanos que quedaban con vida en
el planeta. El resto había ya muerto. Eran los únicos que aún sobrevivían tras
el desastre. Y esta circunstancia común, les hacía, al mismo tiempo,
incompatibles.
Se habían encontrado en una
pequeña casa en la que uno de ellos llevaba algún tiempo viviendo.
Aún las ratas, las cucarachas, las moscas, los gusanos y las hormigas no habían
conquistado este lugar, posiblemente porque no tenían prisa. Éste era el único
sitio que todavía no tenían dominado esos escasos tipos de vida que aún
sobrevivían. Al menos en la parte de planeta que no está sumergido bajo las
aguas.
Estos dos hombres, Caín y
Abel, se reunieron por dos motivos. El primero y menos importante, porque ambos
querían tener el dudoso honor de ser el último de los hombres vivos. La especie
estaba extinguida. No había posibilidad de procreación. El planeta no ofrecía
condiciones de habitabilidad.
Después de que los humanos hubiéramos agotndo las fuerzas de la madre Tierra, ésta
contrajo una enfermedad que la dejó impedida para producir más nutrientes con
los que alimentar a sus parásitos.
La segunda razón, para que uno
de ellos pudiera alimentarse algunos días con el cuerpo del otro y,
posiblemente, comerse sus propios miembros que resultaran amputados durante la
lucha.
El resto de los humanos habían
perecido ya. Primero los más pobres, luego los más débiles, seguidamente los
más escrupulosos, más tarde, los que entendieron que no merecía la pena seguir
luchando para habitar un planeta que se había empeñado en extinguir a casi
todas las especies vivas. Por último, el heterogéneo grupo de los que no
respetaban a nada ni a nadie, de los que no tenían reparos en vivir en la
anarquía y en la inmoralidad. Éstos, tras encarnizadas guerras, en las que
bandas organizadas y mafias mataban a pueblos enteros con la visceral intención
de saquear las despensas y de robarles las provisiones, también perecieron.
Mucho antes se habían
sacrificado todos los enjutos y debilitados animales y las cada vez más escasas
plantas para servir de alimento a los insaciables hombres que deambulaban las
calles como zombis, una vez perdidas las fuerzas para rastrear comidas en los
inútiles cubos de basuras vacíos desde mucho tiempo atrás. Ya no se tiraba
nada, pues nada sobraba.
Posteriormente vino el
canibalismo. Se hizo común el espectáculo de humanos armados en pos de otros
hombres para devorarles o ser devorados. La coprofagía se venía practicando
desde que se advirtió la escasez de alimentos.
Ya no quedaba ni el más remoto
de los recuerdos de cuando algunas voces se levantaron alertando de que el
hombre no podía seguir jugando a ser Dios. Pero, para entonces, el Todopoderoso
ya había muerto y con Él se llevó su hermoso sueño: un precioso planeta
habitado por seres que lo respetarían y se tolerarían.
Sin embargo, uno de esos seres,
en quien más confianza había depositado, confabuló, maquinó, urdió, intrigó
para hacerse con el poder.
* * * * *
Yo soy ese último hombre. A
mis pies yace, junto con uno de mis brazos mutilados, el cadáver del vencedor
de la contienda. Yo soy el sobreviviente y, por tanto, el derrotado. Para mí
queda el honor de ser el último de los humanos.
Escribo estas líneas
contemplando cómo en el exterior esas malditas especies, mientras esperan para
devorarme, pugnan entre ellas por ocupar las mejores posiciones.
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