jueves, 21 de abril de 2016

El ultimo hombre

El último hombre.

         A veces para apreciar la vida es necesario que previamente hayamos muerto.
La historia que se relata es absolutamente verídica. Ya ha ocurrido. Aunque no sabría precisar si fue en el pasado, o en el futuro.
Ya se ha producido porque está prevista en ese lugar donde todos los acontecimientos, todos los hechos, todas las circunstancias (quizás las únicas que queden excluidas sean las casualidades), están escritos. Ya ha sucedido porque, con distintos personajes se ha ido reiterando una vez y otra desde que existe la humanidad.
Eran dos hombres. Podrían haber pasado desapercibidos, pues no concurría en ninguno de ellos particularidades, rasgos o características que les hicieran diferentes al resto de los hombres, salvo que eran los dos únicos humanos que quedaban con vida en el planeta. El resto había ya muerto. Eran los únicos que aún sobrevivían tras el desastre. Y esta circunstancia común, les hacía, al mismo tiempo, incompatibles.
Se habían encontrado en una pequeña casa en la que uno de ellos llevaba algún tiempo viviendo. Aún las ratas, las cucarachas, las moscas, los gusanos y las hormigas no habían conquistado este lugar, posiblemente porque no tenían prisa. Éste era el único sitio que todavía no tenían dominado esos escasos tipos de vida que aún sobrevivían. Al menos en la parte de planeta que no está sumergido bajo las aguas.
Estos dos hombres, Caín y Abel, se reunieron por dos motivos. El primero y menos importante, porque ambos querían tener el dudoso honor de ser el último de los hombres vivos. La especie estaba extinguida. No había posibilidad de procreación. El planeta no ofrecía condiciones de habitabilidad.
Después de que los humanos hubiéramos agotndo las fuerzas de la madre Tierra, ésta contrajo una enfermedad que la dejó impedida para producir más nutrientes con los que alimentar a sus parásitos.
La segunda razón, para que uno de ellos pudiera alimentarse algunos días con el cuerpo del otro y, posiblemente, comerse sus propios miembros que resultaran amputados durante la lucha.
El resto de los humanos habían perecido ya. Primero los más pobres, luego los más débiles, seguidamente los más escrupulosos, más tarde, los que entendieron que no merecía la pena seguir luchando para habitar un planeta que se había empeñado en extinguir a casi todas las especies vivas. Por último, el heterogéneo grupo de los que no respetaban a nada ni a nadie, de los que no tenían reparos en vivir en la anarquía y en la inmoralidad. Éstos, tras encarnizadas guerras, en las que bandas organizadas y mafias mataban a pueblos enteros con la visceral intención de saquear las despensas y de robarles las provisiones, también perecieron.
Mucho antes se habían sacrificado todos los enjutos y debilitados animales y las cada vez más escasas plantas para servir de alimento a los insaciables hombres que deambulaban las calles como zombis, una vez perdidas las fuerzas para rastrear comidas en los inútiles cubos de basuras vacíos desde mucho tiempo atrás. Ya no se tiraba nada, pues nada sobraba.
Posteriormente vino el canibalismo. Se hizo común el espectáculo de humanos armados en pos de otros hombres para devorarles o ser devorados. La coprofagía se venía practicando desde que se advirtió la escasez de alimentos.
Ya no quedaba ni el más remoto de los recuerdos de cuando algunas voces se levantaron alertando de que el hombre no podía seguir jugando a ser Dios. Pero, para entonces, el Todopoderoso ya había muerto y con Él se llevó su hermoso sueño: un precioso planeta habitado por seres que lo respetarían y se tolerarían.
Sin embargo, uno de esos seres, en quien más confianza había depositado, confabuló, maquinó, urdió, intrigó para hacerse con el poder.
        
* * * * *

Yo soy ese último hombre. A mis pies yace, junto con uno de mis brazos mutilados, el cadáver del vencedor de la contienda. Yo soy el sobreviviente y, por tanto, el derrotado. Para mí queda el honor de ser el último de los humanos.

Escribo estas líneas contemplando cómo en el exterior esas malditas especies, mientras esperan para devorarme, pugnan entre ellas por ocupar las mejores posiciones.

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