sábado, 28 de mayo de 2016

La prescripción de los pecados

La prescripción de los pecados.

       Dios se hallaba reunido de modo urgente con sus asesores, los arcángeles. Incluso se había autorizado la presencia de Lucifer.
        Esa misma mañana había comenzado el Juicio Universal. Apenas se habían juzgado a varios millones de personas y alguien había planteado una cuestión.
       Tal como anticipa Mateo 25:31-46, el Rey había dicho a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino y me alojasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme”.
         Y los justos habían preguntado: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te alojamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el Rey había respondido: “En verdad os digo que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos mas pequeños, conmigo lo hicisteis.”
Entonces había dicho a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era peregrino y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel; y no me visitasteis.”
Y éstos de su izquierda habían preguntado: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Y Él les había contestado: “En verdad os digo que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeñuelos, también conmigo dejasteis de hacerlo.”
Y éstos habían sido condenados al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
A esas horas de la mañana ya algunos habían sido castigados con el fuego eterno. Otros habían sido bendecidos con la aureola de la gloria divina. Y la mayoría, antes de ser consagrados con la luminosidad del halo, deberían desprenderse de sus impurezas en el Purgatorio.
         Fue entonces cuando le tocó el turno a un hombre nacido en el ciento diecisiete y muerto en el cuarenta y nueve antes de Cristo.
         Este hombre no adujo que se encontraba enajenado, ni que se hallaba en un error, ni ignorancia, ni que había cometido actos execrables por orden de aquellos a quienes debía obediencia, ni que aquellas acciones abominables las había realizado porque así se lo imponía su religión. Todos estos argumentos y muchos más habían sido reiterados miles de veces desde que se había iniciado el Juicio.
       Este hombre adujo la prescripción de sus pecados. Pues no le parecía que pudiera enjuiciarse una acción varios milenios después de haberse realizado. Por lo tanto, cualquier responsabilidad se habría extinguido ya por el transcurso de ese tiempo que llevaba esperando el Juicio.
Y estaban reunidos de manera urgente Dios, sus asesores y Satán, porque aquella alegación planteaba muchas cuestiones que necesitaban ser resueltas:
En primer lugar: si era adecuado el fundamento invocado. Es decir, si a los pecados le es aplicable la figura jurídica de la prescripción.
En segundo lugar: en caso de poderse aplicar, cuánto tiempo debía haber transcurrido desde que se cometió la acción que se pretendía juzgar para establecer la prescripción. Es decir, cuánto tiempo debería considerarse adecuado para que se diera la prescripción.
En tercer lugar: si la prescripción debería aplicarse de oficio o habría de ser alegada por el interesado.
En cuarto lugar: si era justo que únicamente aquellos que hubieran vivido hacía más tiempo pudieran alegarla, pues para los más recientes no había transcurrido aún el plazo necesario para que se produjera la prescripción, por lo que, cometiendo el mismo pecado, unos hombres podrían ser condenados al infierno y otros, ya sin pecado, al haber prescrito, ir al Cielo.
En quinto lugar: qué hacer con aquellos cuyos pecados hubieran prescrito: entregarles la aureola y abrirles las puertas del Cielo, o hacerles pasar antes una buena temporada en el Purgatorio.
No podemos precisar con certeza las posturas de cada una de las partes. Pero, de acuerdo con ciertos rumores, ésta podría ser la primera vez, desde hace una eternidad, que Dios y Luzbel coinciden en sus argumentos. En este caso, ambos estarían de acuerdo en que la prescripción es de aplicación a los pecados. O lo contrario.
Otros rumores apuntan a que Dios, más bueno que justo, pretende aplicar de oficio la prescripción y que ha acordado un plazo tan breve para que se produzca, que prácticamente todos los pecados habrían prescrito. El diablo se mostraría contrariado con esta solución.

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