sábado, 30 de abril de 2016

Mangurro Colorao (Personas que surgieron del teclado. 7)

A Mangurro Colorao lo empezaron a tener en cuenta en los círculos literarios en el mismo momento en que sus versos empezaron a rimar. Parece ser que es importante guardar las formas. Antes de este acontecimiento, su libertad (anarquía) métrica, no le permitía triunfar y las editoriales le negaban sus libros, incluso el saludo.
Por recomendación de una amiga, eliminó beso (que versificaba perfectamente con queso) y en su lugar escribió ósculo (ahora no recuerdo con qué palabra la hizo rimar, aunque le recordaron que una es esdrújula y la otra llana) y pasó del fracaso al éxito en poco tiempo.
El primer poema que repitieron los jóvenes de distintas generaciones, y al que pusieron música de Mozart, fue aquel de la etiqueta en la servilleta de la receta de la galleta de Enriqueta. Después vendría el de la harina fina en la cocina de la gallina Serafina. Importante en su carrera fue su obra 'Traviesas rimas, versos para mi prima', reconocida internacionalmente como uno de los mejores libros de poesía escritos en lo últimos siglos. 'Sufre por el azufre', 'Beatriz, actriz, meretriz y emperatriz'... y un largo etcétera.

Si conoces alguna cosita más acerca de Mangurro Colorao, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

Una póliza de 25.

    
Una póliza de 25.

     La interminable fila de rostros vencidos avanzaba lentamente. El silencio sólo lo interrumpía una sucesión de voces imperativas que venían desde detrás de aquellas dos cajas, una encima de la otra, que hacía las veces de ventanilla.         
        Siguiente, ordenó alguien para indicar que era el turno del preso que ocupara el primer lugar en la cola.
Papeles, le gritó un soldado al prisionero como si no se encontraran uno a un par de palmos del otro.
Apto, vociferó el oficial tras inspeccionar los documentos aportados.
Cuando llegó mi turno se oyeron nuevamente aquellas palabras reiteradas hasta la abominación: siguiente, papeles,...
De uno de mis bolsillos extraje varias hojas dobladas en cuartas partes y las deposité sobre el mostrador de maderas podridas. El oficial desdobló los documentos, más sucios que viejos, y los examinó con esa natural repulsión que mostraba en todo lo que hacía.
No apto, me chilló como si yo estuviera sordo, falta una póliza de 25.
Intenté protestar pero como contestación escuché las mismas órdenes dirigidas a alguien que compartía mi suerte: siguiente, papeles,...
Me quejaré al coronel García, que es amigo mío, dije en un arrebato de valentía impropio de mí, mientras a empujones era obligado a abandonar la sala.
De vuelta a mi celda pude ver cómo los que habían sido declarados aptos se colocaban junto al paredón y el desmotivado pelotón de fusilamiento descargaba contra ellos una ráfaga que acababa con sus vidas.
Mis oídos, sin embargo, apenas prestaron atención a la orden de fuego y al disparo de los fusiles. En mi cabeza únicamente se repetía: falta una póliza de 25.
García no me recibió. Desde que le dieron un carguillo ya no se acuerda de los amigos de toda la vida.
En las celdas nos hacinamos todos los que hemos sido declarados no aptos para ser fusilados. Cada uno por diversas circunstancias.
En mi caso, porque me falta una póliza de 25.
¿Y dónde encuentro yo ahora la maldita póliza? 

viernes, 29 de abril de 2016

Sócrates Ajo (Personas que surgieron del teclado. 6)

Sócrates Ajo no fue al colegio. De niño vivía en la granja junto a sus padres y abuelos. No tuvo hermanos. Las únicas amistades que hizo fueron los animales de la granja, en especial el gorrino Mangurrino y el hipopótamo Pepe, que nadie más conocía, porque nadie más veía.
Sócrates Ajo no fue al colegio, pero aprendió a escribir, con faltas de ortografía, pero escribía. Aprendió a sumar con los dedos y a multiplicar con las ovejas, que también le enseñaron a balar. Y a bailar, los  patos.
Un día Mangurrino desapareció. Parece ser que se había tenido que ir a la ciudad a trabajar. A Sócrates le dolió mucho que el cerdo no se despidiera, pero le agradeció que dejara colgado del techo un buen montón de chorizos, morcillas y jamones y la nevera llena de chuletas, solomillos y casquería para los callos.
De vez en cuando, Mangurrino enviaba carta: estoy bien, decía. Y Sócrates, tras contestarle que ellos también estaban bien, le solicitaba al cerdo que si podía enviar más chacinas y carnes, que lo que dejó ya se acabó.

Si conoces alguna cosita más acerca de Sócrates Ajo, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

Cebolleto Rípido (Personas que surgieron del teclado. 5)

Cebolleto Rípido viene, se sienta a mi lado y me habla, como si nos conociéramos de toda la vida. Pero creo que él no me reconoce.
Acomodado junto a ti, te cuenta sus batallitas. Se pone a hablar y hablar, pero nunca escucha. Para él sólo tiene interés sus cosas, no lo que los demás puedan decir.
Cebolleto Rípido se acuerda de su infancia, de su juventud. De que de jovencito, las jovencitas le llamaban y le reclamaban, quizás porque él siempre respetaba los límites que ellas le imponían. Que algunas se conformaban con un dime que guapa estoy hoy y otras que se callara de una vez y vamos a lo que vamos. Siempre complaciente con todas, todo un caballero.
Cebolleto se sabe de memoria todos los reyes visigodos, la lista de Papas, incluso la alineación de su equipo cuando él, muchos años atrás, iba al fútbol. Pero ahora no recuerda bien dónde vive, es posible que haya olvidado su propio nombre y hace ya tiempo que no se acuerda de tomarse esas pastillitas que seguramente le vendrán bien a esos problemas de memoria que tiene.
Cebolleto, inmerso en lo antiguo, no recuerda lo reciente, y no es consciente de que hay que acompañarlo a la residencia, de que hay que ayudarle a que coma, a que se asee, a que se vista...
Ahora, junto a mí, me habla con esa voz pausada, cansada, y ,a veces, un recuerdo le humedece la mirada.

Si conoces alguna cosita más acerca de Cebolleto Rípido, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

lunes, 25 de abril de 2016

Arlequino Tácito (Personas que surgieron del teclado. 4)

Arlequino Tácito está triste, aunque parece que sonríe.
Se disfraza de rombos porque son como cuadrados a los que se les da media vuelta. Y Arlequino supo, desde el mismo día en que empezó a tomar conciencia, que en su vida daría muchas vueltas.
Arlequino se pone el antifaz, como si estuviera en los carnavales. Hubiera sido mejor una careta, que no deja nada al descubierto y así es más difícil reconocerlo, si es que alguien se fija en él, porque subido en su escenario, un pequeño taburete en el que le sobresalen los pies y donde pasa gran parte de sus días, la gente está más pendiente de su actuación de actor fracasado, que de su rostro. Pero con el disfraz de arlequín venía el antifaz y, en la foto, un hombre con la cara pintada. La pintura no la encontró y la tuvo que comprar aparte (un timo, suele decir). Incluso hubiera preferido, para los ojos, una venda, para no ver nada, porque nada de lo que ve le gusta: gente pasando y pasando de él.
Hace tiempo que dejó de prestar atención al platillo de las monedas, de las limosnas o de las propinas, pues sabe que nadie le roba a un arlequín mientras está actuando. Otra cosa es cuando termina su interpretación. Entonces aparecen los depredadores, que le exigen una parte de sus ganancias.
Y aunque parece que sonríe, está triste.

Si conoces alguna cosita más acerca de Arlequino Tácito, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

domingo, 24 de abril de 2016

Andrómedo Cocoliso (Personas que surgieron del teclado. 3)

Andrómedo Cocoliso nunca llevó bastón, hasta que le dijeron que se parecía a Charlot. Desde ese día, se dejó crecer el bigotito cuadrado. También le aconsejaron que se comprara un bombín, pero él está demasiado orgulloso de su calva como para ocultarla bajo un sombrero. En el agujero de su vieja chaqueta colocó una rosa roja que no le llega nunca a la noche, pues durante la jornada siempre encuentra alguna dama que le enamora y, prometiéndole amor eterno, le entrega la flor. Pero, como por encantamiento, la flor se disipa una vez que abandona su lugar en la chaqueta, de la misma manera que la promesa se olvida y que el amor eterno concluye.
Dicen de él que es enamoradizo y que estuvo, durante décadas, enamorado de una mujer casada y que ese amor terminó el mismo día en que su amada enviudó.

Si conoces alguna cosita más acerca de Andrómedo Cocoliso, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

viernes, 22 de abril de 2016

Amadeo Crónico (Personas que surgieron del teclado. 2)

Amadeo Crónico se peina que parece que le sobra el dinero, pero es que tiene así el pelo. Luego se pone esas gafas del que ve poco y su boquita de que me lo repitan que no me entero de ná. A veces parece que mira de frente y otras que recuerda un personaje de Forges. Le gusta ponerse ese chaleco de rayas (o quizás cuadros), a juego con sus pantalones bombachos que dejan ver sus preciosos calcetines coloraos, de los que tiene más de mil pares. Le gustan tanto los calcetines rojos que se los cambia tres o cuatro veces todos los días. Y ese cinturón a juego con sus calcetines, que parece una mano en el bolsillo pa que no le quiten la calderilla.
Aparenta ser despistado, pero no se le escapa una y, cualquiera que lo conoce, sabe que está pendiente de todos los detalles. Aficionado a los crucigramas hasta que conoció los sudokus, quizás porque es más de números que de palabras.

Si conoces alguna cosita más acerca de Amadeo Crónico, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.

jueves, 21 de abril de 2016

Crisálido Teniente (Personas que surgieron del teclado. 1)

Crisálido Teniente va por la vida entre asombrado y sonriente, según se mire.
Jamás le verás sin su sombrero amarillo metido hasta las cejas y un poquito ladeado.
Y sus zapatos, limpios, relucientes, amarillos. Le gustan tanto sus zapatos que se los compra siempre dos o tres números más grandes, para que se vean bien, por eso le llaman 'Zapatos Bailones'.
Pero a él no sólo no le importa, sino que, cuando conoce a alguna dama, se presenta (sin quitarse el sombrero) con su sobrenombre.
Entonces, las señoras, embelesadas, dicen: ¿Vos sos 'Zapatos Bailones'? Y él contesta que sí y que también es Sombrero Amarillo, lo cual siempre va seguido de unas risas, iniciándose a partir de ahí cosas que ellos sabrán.
Tampoco prescinde de su pajarita, que parece una barbilla a lo Kirk Douglas, o quizás es que su mentón prominente parece una pajarita tan redondeada, tan bien anudada.
Se confiesa supersticioso. Quizás por ello es, hasta cierto punto, ingenuo. Colecciona postales de mariposas y le gusta la lectura de novelas románticas con finales felices que le hacen soltar alguna lagrimita, o un río de llanto.
No se pierde un programa de chismorreo y lleva palante la vida de todos los famosos, de todos los participantes en todas las ediciones de los hermanos mayores, de los sobrevivientes, de los náufragos y de los pastores.

Si conoces alguna cosita más acerca de Crisálido Teniente, él estará contento de que se lo digamos, porque a veces sus recuerdos le fallan y de lo único que se acuerda es de esta breve biografía.














El ultimo hombre

El último hombre.

         A veces para apreciar la vida es necesario que previamente hayamos muerto.
La historia que se relata es absolutamente verídica. Ya ha ocurrido. Aunque no sabría precisar si fue en el pasado, o en el futuro.
Ya se ha producido porque está prevista en ese lugar donde todos los acontecimientos, todos los hechos, todas las circunstancias (quizás las únicas que queden excluidas sean las casualidades), están escritos. Ya ha sucedido porque, con distintos personajes se ha ido reiterando una vez y otra desde que existe la humanidad.
Eran dos hombres. Podrían haber pasado desapercibidos, pues no concurría en ninguno de ellos particularidades, rasgos o características que les hicieran diferentes al resto de los hombres, salvo que eran los dos únicos humanos que quedaban con vida en el planeta. El resto había ya muerto. Eran los únicos que aún sobrevivían tras el desastre. Y esta circunstancia común, les hacía, al mismo tiempo, incompatibles.
Se habían encontrado en una pequeña casa en la que uno de ellos llevaba algún tiempo viviendo. Aún las ratas, las cucarachas, las moscas, los gusanos y las hormigas no habían conquistado este lugar, posiblemente porque no tenían prisa. Éste era el único sitio que todavía no tenían dominado esos escasos tipos de vida que aún sobrevivían. Al menos en la parte de planeta que no está sumergido bajo las aguas.
Estos dos hombres, Caín y Abel, se reunieron por dos motivos. El primero y menos importante, porque ambos querían tener el dudoso honor de ser el último de los hombres vivos. La especie estaba extinguida. No había posibilidad de procreación. El planeta no ofrecía condiciones de habitabilidad.
Después de que los humanos hubiéramos agotndo las fuerzas de la madre Tierra, ésta contrajo una enfermedad que la dejó impedida para producir más nutrientes con los que alimentar a sus parásitos.
La segunda razón, para que uno de ellos pudiera alimentarse algunos días con el cuerpo del otro y, posiblemente, comerse sus propios miembros que resultaran amputados durante la lucha.
El resto de los humanos habían perecido ya. Primero los más pobres, luego los más débiles, seguidamente los más escrupulosos, más tarde, los que entendieron que no merecía la pena seguir luchando para habitar un planeta que se había empeñado en extinguir a casi todas las especies vivas. Por último, el heterogéneo grupo de los que no respetaban a nada ni a nadie, de los que no tenían reparos en vivir en la anarquía y en la inmoralidad. Éstos, tras encarnizadas guerras, en las que bandas organizadas y mafias mataban a pueblos enteros con la visceral intención de saquear las despensas y de robarles las provisiones, también perecieron.
Mucho antes se habían sacrificado todos los enjutos y debilitados animales y las cada vez más escasas plantas para servir de alimento a los insaciables hombres que deambulaban las calles como zombis, una vez perdidas las fuerzas para rastrear comidas en los inútiles cubos de basuras vacíos desde mucho tiempo atrás. Ya no se tiraba nada, pues nada sobraba.
Posteriormente vino el canibalismo. Se hizo común el espectáculo de humanos armados en pos de otros hombres para devorarles o ser devorados. La coprofagía se venía practicando desde que se advirtió la escasez de alimentos.
Ya no quedaba ni el más remoto de los recuerdos de cuando algunas voces se levantaron alertando de que el hombre no podía seguir jugando a ser Dios. Pero, para entonces, el Todopoderoso ya había muerto y con Él se llevó su hermoso sueño: un precioso planeta habitado por seres que lo respetarían y se tolerarían.
Sin embargo, uno de esos seres, en quien más confianza había depositado, confabuló, maquinó, urdió, intrigó para hacerse con el poder.
        
* * * * *

Yo soy ese último hombre. A mis pies yace, junto con uno de mis brazos mutilados, el cadáver del vencedor de la contienda. Yo soy el sobreviviente y, por tanto, el derrotado. Para mí queda el honor de ser el último de los humanos.

Escribo estas líneas contemplando cómo en el exterior esas malditas especies, mientras esperan para devorarme, pugnan entre ellas por ocupar las mejores posiciones.

miércoles, 13 de abril de 2016

Çiñoagüé

Çiñoagüé

No puedo recordar qué palabra es, sólo cuando duermo la conozco. El sueño me la ha revelado, pero al despertar no logro traer a mi memoria esa combinación de letras, que me permite ser uno de los más poderosos seres.
Existe una palabra a la que únicamente tenemos acceso los cuatro seres elegidos, pues no es ninguna palabra de las que conforman algunas de las lenguas que se hablan en ninguno de los Universos, ni los presentes ni los pasados ni los futuros. Ni los paralelos, ni los situados en otras dimensiones.
Esta combinación de letras no permite hacer pruebas. En el momento en que alguien lo intenta, automáticamente se transforma en otra palabra. El número de signos, letras y caracteres cambia continuamente, por eso, cada vez que deseo recordarla, surge una nueva.   
No es fácil dar con ella si no se conoce. Prácticamente imposible. Pero de alguna manera se debe acceder al Poder, a la Verdad y a la Sabiduría. Y ese acceso hay que limitarlo a los que no estén autorizados. 
Pocos seres conocen que hay una palabra que permite saberlo todo y poderlo todo y quienes saben de su existencia, pero ignoran cuál es, están dispuestos a cualquier cosa para conseguirla.
La providencia mueve el mundo y así fue como la descubrí yo. El sueño me la reveló. Ello me permitió alcanzar el conocimiento pleno y absoluto de todo. La Verdad. La Sabiduría. El Entendimiento.
Pero únicamente la conozco cuando duermo. Desde entonces, en mi repetido sueño, soy un eterno, todopoderoso, ubicuo y omnisciente dios.
Sin embargo, la sutil barrera, infinita e invisible, que separa la vigilia del sueño, me impide recordar la palabra una vez que despierto y, entonces, pierdo mi naturaleza divina. Por eso, ahora soy uno más de los infinitos habitantes que pueblan el universo. Un pobre e ignorante humano, a quien la naturaleza le hizo padecer de insomnios y desvelos.
En cambio, esas veces escasas que duermo, en sueños soy uno de los cuatro seres que lo sabe todo, que lo puede todo. Los otros tres son:
·Un viejo sabio que habita en una constelación de estrellas situada en cualquier lugar del pluridimensional Universo. Me está prohibido dar más datos sobre él.
·Un hada buena que vive en otro tiempo distinto al nuestro. Bien pasado, bien futuro, bien paralelo. No puedo decir más.
·Dios. No estoy autorizado a añadir nada más acerca de Él.
Esa palabra permite el acceso a la Sabiduría. A la Verdad absoluta. 
Esa palabra da lugar a la apertura del arcón donde habita la Verdad, el Conocimiento, el Bien. Pero, cuidado, también el Mal. Por eso no debe caer en manos malignas, pues sería una nueva caja de Pandora.
Yo soy un pobre mortal. Las dolencias físicas de la edad, las enfermedades, la demencia, van conduciéndome hacia mi final. Y una terrible duda me corroe: ignoro si tras mi cercana muerte seguiré siendo el dios de mis sueños o ese ser tan poderoso se extinguirá juntamente con este insignificante humano. ¿Dependerá su existencia de mí y de la mía?
Quizás es que ese dios necesita de mi muerte para ser libre. Porque, a veces, he tenido la sensación de que yo soy su sueño. Y estamos, a través de él, vinculados el uno con el otro. 
O puede que su pesadilla. Pues ese dios sueña, una y otra vez, que es un envejecido hombre cuya muerte está cercana. Y a pesar de su sabiduría, ignora por qué se repite ese mismo sueño y por qué no puede evitar que yo sea el protagonista de su quimera.
         Ahora intentaré dormir para recuperar mi divinidad. Quizás al despertar se me permita recordar la palabra clave que todo lo puede. Quizás todo sea un sueño. Quizás no vuelva a despertar.

* * * * *

         En un indeterminado lugar de este Universo, o de otro, habita un dios que (casi) todo lo puede. Es uno de los cuatro seres elegidos que conoce la palabra que da acceso a la sabiduría, al conocimiento completo, al poder absoluto, al Bien y al Mal.
         Pero ese dios, cuando duerme sufre alucinaciones. Delira. Sueña que es un diminuto ser, un humano que habita en un pequeño planeta perdido en el infinito. Y ese hombre con el que desvaría, es de edad muy avanzada y desconoce la palabra mágica.
         Y por más que la grita y la repite, el hombrecillo no logra recordarla una vez que despierta, a pesar de que ese dios todo lo puede (eso dicen sus fieles):
         "Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé…"
         Teme que la muerte de ese hombre signifique su propio final:
"Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé, Çiñoagüé…"
Grita el dios con angustia, sabedor de que esta clave pronto cambiará y al hombrecillo le queda poco tiempo...